Yo fui niña

Siempre me miré con cierta extrañeza.
En las fotos no me reconocía. Sentía que era más bonita y que las imágenes no me reflejaban, lo cual, por momentos, me causaba enojo, a ratos, tristeza. Porque, claro, yo quería ser una niña bonita, como decían que eran las niñas bonitas. Yo no quería ser yo.

Después me fui entendiendo: no tenía una sonrisa magnética, ni la cara afilada; mi cabello invariablemente se veía desaliñado. Siempre había algo de cinismo y tristeza en mi mirada. Mis francas sonrisas, también llevaban algo de tierna dureza. Además, las arrugas y pecas rodearon temprano mis ojos y he tenido todos los pesos y siluetas posibles. Yo tenía una existencia precisa y por eso, una única belleza. La única y verdadera belleza que podría poseer.

No recuerdo cuándo exactamente dejé de pelear con mi imagen, cuándo fui consciente de eso que llaman identidad, por qué me separe del discurso materno sobre cómo era yo y me fui a buscarme, a construirme. Lo que sí sé, es que fue de esa manera cómo dejé de sentirme niña. Esa separación también me dio fuerza y libertad.
Hoy las fotos de infancia no constituyen el recuerdo de un momento dorado, sin preocupaciones y de bella ingenuidad. Son, en cambio, algo mucho más preciado, son la confirmación de mi devenir. La única evidencia de mi materia en el tiempo. Son la prueba de que fui y soy niña. De que fui y soy yo.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Así las fotos, cada quien le va poniendo un significado, en tu caso mucho más profundo y auténtico...

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