Podemos amputarle la manita, si quiere. Después de un mañana en el hospital de mascotas esa fue la frase con que el veterinario me despidió. Regresamos en silencio, mi primo, mi prima y yo (ellos iban callados por mi).
En casa, Misha y yo comimos atún e hicimos como que vimos películas. Ella no sabe qué es una película, sólo quiere estar cerca de mi (es una gata). Yo sólo veía su pata abierta, el tumor que nace del hueso, repasaba sus opciones, lloraba (soy humana).

A ratos pensaba en Teresa mirado a Karenin perseguir ovejas por última vez. Teresa sabía que no podía explicar a la mujer del campo la tristeza que sentía por perder a un animal. Sabía que ni siquiera podía enojarse con ella. Al leer esa parte de la novela me gustó que ella supiera que no podía explicarle o enojarse con la campesina por lo que sentía. Hoy lo que recuerdo es ella sabía que su perro, el regalo de Tomas para festejar el inicio de su vida juntos, iba a morir.

Un hombre afirmó que se había vuelto adulto cuando decidió no compartir sus obsesiones.
Ahora sé que yo me volví adulta cuando conocí la muerte de quienes amé. Cuando supe que de la caja de cenizas no hay vuelta atrás.







Comentarios

Teri Yakimoto ha dicho que…
yo sería como la mujer del campo que no entiende de mascotas perdidas...

y prefiero engañarme pensando que también soy de aquellos que no comparten sus obsesiones...

saludos
Anemonas y Medusas ha dicho que…
No mames con LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL SER y con la voz de mujer que logras . . .

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