Me gusta mandar tarjetas postales desde lugares que no existen
Desde la ventana de mi casa en las montañas veo a una vieja amiga pasear en bicicleta por las calles de Barcelona. La humedad veraniega le hace resbalar los lentes por su delicada nariz. Mientras pedalea piensa en sus tardes en el Bosque de Chapultepec comiendo pastelitos, en sus discusiones alto pedo antes de que la echaran de la cantina y en todos los amigos que durmieron en el futón de su estudio.
Sabe que pronto estará de vuelta en México y que nosotras la vamos a esperar en la River, para luego terminar en Garibaldi y en la barbacoa. Desde mi ventana todo eso se ve muy claro y muy bien, pero la verdad es que yo no sé qué piensa esta vieja amiga y tampoco qué hace. Todo eso del viaje lo imagino yo, porque hace meses que no hablo con ella y a pesar de sus canalladas, me gusta recordarla así, cuando la quería tanto y era simpatiquísima.
Sabe que pronto estará de vuelta en México y que nosotras la vamos a esperar en la River, para luego terminar en Garibaldi y en la barbacoa. Desde mi ventana todo eso se ve muy claro y muy bien, pero la verdad es que yo no sé qué piensa esta vieja amiga y tampoco qué hace. Todo eso del viaje lo imagino yo, porque hace meses que no hablo con ella y a pesar de sus canalladas, me gusta recordarla así, cuando la quería tanto y era simpatiquísima.
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