Postales desde lugares que ya no existen
Dicen
que a todos nos ha picado el bicho del amor romántico. Dicen que buscamos enfermizamente
un amor inagotable, un amor que pueda vencer la muerte, es decir, al tiempo. Dicen
que ese amor romántico es uno de los enemigos más dañinos de una nueva y más
noble humanidad. Yo soy una de las que dicen eso. Tal vez por eso me costó
tanto aceptar que en mí, esa ilusión nunca se
cristalizó en la idea de una pareja para siempre, sino en una completa idealización
de la amistad. Largo tiempo pensé que las parejas van y vienen, mientras que las
amistades eran para siempre. Esa fue mi ilusión romántica y me ha hecho tanto
daño como cualquier otra. El dejar amigas o amigos amados ha sido de los tragos
más amargos que he bebido, despidiéndoles he pasado mis tardes más desoladas y
no he dudado en tragarme mi orgullo para buscarles en vano.
Una vez Jorge me dijo que
nos hacíamos adultos cuando dejábamos de compartir nuestras obsesiones. Después
yo elaboré mi versión específica de su sentencia, me dije, seré adulta cuando acepte la muerte,
el paso incontenible del tiempo. En ese camino hago cada día por desprenderme
de mis romanticismos. No niego que a ratos me va bien, otras me doro la píldora.
Hoy por ejemplo, haré lo que cualquier despechada: trataré inútilmente de domar
mi corazón, mientras escribo para olvidarte, queridísimo mío.
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