La luna del cazador
Anoche soñé con un gato negro que tenía una profunda herida en el ojo. Estaba escondido en el hueco debajo del lavadero, le había ido mal en la persecusión de alguna hembra.
A ese gato lo ví una vez, cuando tenía 18 años y vivía en una enorme casa sin muebles. Por aquel entonces yo no sabía qué hacer con la soledad, me parecía aplastante y tenía miedo.
Me obsesioné con el gato, quería curarlo; le daba comida, intentaba limpiar sus heridas, sacarlo del hoyo y meterlo a la casa. No no pude hacerlo. Él no se movía, ni maullaba, ni comía.
Después, ya solo me sentaba cerca a estudiar e intentaba acariciarlo: me devolvió arañazos. Tal era la profundidad de sus heridas y la naturaleza de su dolor.
Pasó ahí solo tantos días que pensé que moriría. Nada más alejado de lo que en realidad sucedía. Ese gato estaba tan aferrado a vivir que no desperdició una sola gota de energía en algo que no fuera recuperarse de sus heridas. Tal era su fuerza y su naturaleza primigenia.
Finalmente sanó por completo. Volvió a ser hermoso y a perseguir gatas. Cuando me visitaba rodeaba mis pies y me acariciaba con su pelaje mientras yo regaba las plantas. Ambos estábamos felices y de vuelta.
Llamé a ese gato Luna del cazador, en honor a esa temporada de oscuridad que todos, en nuestra naturaleza, atravesamos hasta la segunda luna de octubre. La luna del otoño.
Comentarios