El niño Covid Gatell nació en Monterrey
Me gustaría no tener miedo de
escribirlo todo. El 2014 fue un año lleno de hipocresías, de contenciones, de
tanta falsa amabilidad que casi estuve a punto de olvidar lo que de verdad
pensaba, lo que de verdad sentía por los que me rodeaban.
Y cuando miento no vienen las
palabras, así como el amor no llega al que no se ama. Tal vez por eso a ratos
me sentía cansada, enferma, fea y llena de amargura. Se me olvidaron mis
chistes favoritos y deje de aprenderme nuevos. Se me quemaron la mitad de los
guisos que preparé y los que me salieron me quedaron aburridos. Pensé y escribí
puras cosas que me encargaron y de las cuales ya me sabía la fórmula.
Me gustaría no tener miedo de
pensar más. A veces ya no quiero seguir adelante, porque no quiero la
responsabilidad de ir adelante. El año pasado tuve una semana favorita: fui a
la biblioteca-barco cada día y leí un volumen de poesía escocesa. Escribí todo
lo que vi y pensé en esa semana. Luego Fotis me llamó para contarme que lo
habían despedido del trabajo y ya no regresé a la biblioteca. Escogí quedarme
en casa a preocuparme, a reclamarle, a no pensar absolutamente nada. No
recuerdo que hayamos pasado un solo día sin comida o sin algo que necesitáramos
en esos meses, sólo recuerdo lo rencorosa que me comporte con él.
Me gustaría no tener miedo de disfrutar
mi propia piel. El otro día estaba mirando mi rostro en el espejo y observaba
lo inquietante de mi mirada, el castaño cenizo de mi cabello, la línea firme de
mi mandíbula; pensé en cuántas veces me había hecho la fea para agradar o simplemente
para no molestar a los demás. Nada como no gustar a nadie para hacer llevadera
la vida doméstica, las tardes de hacer el mandado y todo lo que conlleva jugar
a la casita, sin decir claramente lo que se desea para no herir, pero sobre
todo para que no te hieran.
Así podría seguir varios
párrafos, pero supongo que toda oración que empieza con “me gustaría” tiene todavía
algo de hipócrita, pues sigue sin nombrar lo que realmente deseaba. En lugar de
esos párrafos debería figurar: el año pasado debí haber dicho en más ocasiones
“pinche puta manipuladora” en lugar de “te entiendo”. Debí haber besado más
bocas de hombres y mujeres que me gustaban en lugar de esconderme en una
playera fea. Debí haber contestado “camarada, eso es una pendejada”, en vez de “vamos
a ver”. Debí ordenar mis pensamientos en lugar de endilgar a Fotis mis
incapacidades. Todos esos pequeños y grandes engaños se volvieron una galleta
muy amarga de masticar en la soledad de mis tardes de domingo. Espero hacerlo
mejor este año, porque cuando me siento
tan infeliz, engordo y de que mis
detractores me llamen “bombón relleno de veneno” a “gorda hipócrita” hay un
tramo que todavía no quiero transitar.
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